En plena campaña política acudía hasta el centro poblado Nuevo Ayacucho, provincia de Cañete, región Lima, para pedir los votos y robarse la confianza de los pobladores de la frontera viva de Cañete.
Fue agasajado, le dieron de tragar y hasta lo eligieron como su alcalde. Pero ahora, ya en el cargo y tras el pedido de auxilio de aquellos que alguna vez apostaron por Él.
Les ha respondido que no es necesaria su intervención, que cualquiera puede denunciar el tráfico de tierras, que este delito siempre ha existido y que siempre habrán traficantes que quieran aprovecharse de la situación.
¿Cuál es la moraleja para esta gente? Nunca más confiar en ídolos de barro y en políticos de estiércol.
Fuente: Info.red
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